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Masacre en la cárcel de Esmeraldas deja 17 muertos y desata desesperación entre familiares

Motín entre bandas rivales en la cárcel de Esmeraldas deja 17 reos muertos y 16 heridos; familiares esperan información en medio de angustia.

Militares tomaron el control del Centro de Rehabilitación Social de Esmeraldas tras la masacre que dejó 17 reos fallecidos.
Militares tomaron el control del Centro de Rehabilitación Social de Esmeraldas tras la masacre que dejó 17 reos fallecidos.

La madrugada de este jueves, el Centro de Rehabilitación Social de Esmeraldas se convirtió en el escenario de la segunda masacre carcelaria en menos de una semana en Ecuador. Según el Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Privadas de Libertad (SNAI), 17 internos perdieron la vida y 16 más resultaron heridos, dos de ellos en estado crítico, tras un enfrentamiento entre bandas rivales que se prolongó hasta el amanece
El horror comenzó alrededor de las 03:00 de la madrugada, cuando reos del pabellón C (controlado por la banda de Los Tiguerones) alertaron falsamente sobre la muerte de un interno para distraer al guía penitenciario. Aprovechando la confusión, despojaron al funcionario de las llaves y abrieron celdas de los pabellones A y B, donde permanecían miembros de bandas rivales, entre ellos Los Choneros. Según fuentes policiales, la orden externa era “eliminar” a los internos contrarios, replicando el mismo patrón de violencia visto apenas tres días antes en la cárcel de Machala, donde 13 personas fueron asesinadas y 14 resultaron heridas.

Los reos abrieron las puertas de los pabellones tras quitarle las llaves al guía penitenciario.
Los reos abrieron las puertas de los pabellones tras quitarle las llaves al guía penitenciario.

Durante el motín, los internos emplearon armas de fuego, cuchillos e incluso granadas. Las imágenes difundidas por agencias de noticias mostraron cuerpos tendidos en el suelo, algunos ensangrentados y otros decapitados. La Defensoría del Pueblo informó que los cadáveres fueron cubiertos con sábanas blancas mientras se completaba el conteo oficial. Entre el armamento incautado por la policía se encontraron un fusil calibre 2.23, una pistola 9 mm, machetes, armas blancas y teléfonos celulares.
En los exteriores del penal, la desesperación se hizo tangible. Decenas de familiares y vecinos aguardaban noticias, mientras los militares custodiaban la entrada con vehículos blindados y fusiles listos. “Solo quiero saber si mi hijo está vivo”, clamaba una madre proveniente de Quinindé, con los ojos enrojecidos y la voz quebrada. Otra mujer, con un niño aferrado a sus piernas, suplicaba que informaran quiénes eran los fallecidos. La falta de información oficial incrementaba la angustia de los allegados, que veían las primeras imágenes y videos difundidos en redes sociales, escenas que confirmaban la magnitud del horror dentro del penal.

Las puertas de las celdas fueron destruidas para ejecutar el ataque.
Las puertas de las celdas fueron destruidas para ejecutar el ataque.

El motín dejó al descubierto nuevamente la capacidad de las bandas para operar desde el interior de las cárceles. Una fuente policial aseguró que la violencia fue planificada desde fuera del reclusorio, con instrucciones precisas para atacar a miembros de Los Lobos y Los Choneros. La estrategia incluyó la creación de falsas alarmas, robo de llaves y ataques sorpresa, métodos que se han repetido en masacres previas desde 2021, cuando la violencia carcelaria en Ecuador dejó más de 500 muertos.
La inspección posterior reveló cuerpos con heridas de bala, cortes profundos, golpes y quemaduras. Algunos cadáveres estaban decapitados, un testimonio brutal de la crudeza de la disputa criminal dentro del penal. Entre los pabellones, la tensión y la violencia se propagaron como un incendio, dejando detrás un panorama de destrucción y terror que las autoridades deberán investigar a fondo.

Familiares de los reos afuera del Centro Forense de Esmeraldas esperando información oficial.
Familiares de los reos afuera del Centro Forense de Esmeraldas esperando información oficial.

Mientras tanto, los familiares colapsaron el Centro de Ciencias Forenses Luis Vargas Torres en busca de información, esperando poder retirar los cuerpos y darles sepultura. La incertidumbre y la angustia se replican también en los alrededores de la cárcel, donde los allegados mantienen la esperanza de que algunos internos hayan sobrevivido.
La masacre de Esmeraldas se suma a una espiral de violencia que azota las cárceles ecuatorianas, dejando cicatrices profundas en familias y comunidades enteras. En las afueras del penal, el dolor es tangible: lágrimas, gritos ahogados y la interminable espera de un nombre que devuelva, aunque sea por un instante, un poco de esperanza.