El agua, que alguna vez fluyó como un recurso inagotable, se ha convertido en la variable estructural más crítica de nuestras ciudades. Incendios forestales, sequías y apagones han golpeado con fuerza a Ecuador en los últimos años, revelando una fragilidad que ya no se puede ignorar.
La escasez hídrica ha afectado a 20 de las 25 provincias, dejando al descubierto no solo la urgencia de respuestas inmediatas, sino también la necesidad de una transformación profunda en la forma en que concebimos y gestionamos nuestras ciudades.
Frente a este contexto, Daniel Jato Espino, docente de la Maestría en Ciudades Inteligentes y Sostenibles de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), plantea un llamado claro: es momento de rediseñar la infraestructura urbana bajo criterios de eficiencia, resiliencia y circularidad. “El agua ha dejado de ser un recurso disponible por defecto. Ahora condiciona la viabilidad de cualquier intervención urbana sostenible”, señala.

Esto implica integrar desde la planificación inicial sistemas de captación de agua pluvial, reutilización de aguas grises, paisajismo funcional y tecnologías de bajo consumo. Pero el cambio no puede depender solo de la arquitectura o la ingeniería: se requiere también de una revolución en las políticas públicas.
Jato Espino subraya que para que la transformación hídrica sea posible, es imprescindible contar con marcos normativos sólidos y exigentes que obliguen a implementar soluciones sostenibles en nuevas construcciones y rehabilitaciones. Dispositivos de bajo consumo, redes separativas y sistemas de reutilización deben ser la norma, no la excepción. A esto deben sumarse incentivos económicos —como subvenciones o beneficios fiscales— que impulsen tanto a instituciones como a ciudadanos a adoptar prácticas de ahorro y reaprovechamiento.

Además, urge una gobernanza colaborativa. Las soluciones más efectivas surgen cuando la administración pública, las empresas, la academia y la ciudadanía se sientan en la misma mesa, diseñando y evaluando las políticas hídricas desde una mirada integral.
La tecnología, aliada clave de las smart cities, ya ofrece respuestas concretas. Desde sensores inteligentes (IoT) que monitorean redes de abastecimiento y detectan fugas en tiempo real, hasta gemelos digitales capaces de anticipar fallos en la infraestructura. Incluso la inteligencia artificial comienza a consolidarse como una herramienta decisiva, permitiendo analizar patrones de consumo, predicciones meteorológicas y datos operativos para optimizar la toma de decisiones.

La reutilización de aguas grises y pluviales, además, se impone como una medida crucial para disminuir la presión sobre las fuentes tradicionales. Utilizar agua no potable para el riego, limpieza o procesos industriales representa no solo un acto de eficiencia, sino una muestra de responsabilidad ecológica y visión de futuro.
En definitiva, la crisis hídrica no puede seguir tratándose como una contingencia aislada. Es, cada vez más, el punto de partida de cualquier discusión sobre sostenibilidad urbana. Y las ciudades del mañana, si aspiran a ser verdaderamente inteligentes, deberán aprender a convivir con la escasez, anticiparse a los desafíos y revalorizar cada gota como si fuera la última. Porque en la ecuación del futuro, el agua ya no es una constante: es una decisión colectiva.